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La segregación socioterritorial urbana

Segregación urbana, publicada en

https://lareplica.es/los-barrios-cerrados-la-segregacion-social-urbana/

 

La ciudad como fenómeno socioterritorial

Ante todo, debemos precisar que nuestro abordaje inicia en una asunción teórica de la ciudad como fenómeno socioterritorial, esto es, un fenómeno de unos modos específicos de habitación en donde se encuentran, mutuamente relacionados, una comunidad de asentamiento con un territorio designado bajo una nominación específica. Una ciudad, así entendida, es una comunidad de urbanitas que tienen efectivo lugar de población en un territorio identificado que sirve de referencia mutua, de concentración territorial de intensos intercambios de toda índole (mercancías, relaciones interpersonales, símbolos) y de distinción de los usos agroproductivos del suelo.

La razón de ser histórica de las ciudades radica en el cruce complejo de intercambios sociales, en la radicación, a la vez competitiva y complementaria de manufacturas e industrias, así como la concentración relativa de las residencias. Así, la comunidad de asentamiento concurre como tal a un emplazamiento mutuamente ventajoso y desafiante: la diversidad social, económica y cultural de los urbanitas es el componente fundamental de la existencia floreciente de la ciudad como territorio habitado.

En forma recíproca, el territorio que es pasible de nominarse como ciudad constituye un foco de intensidad significativa que distribuye sobre su entorno geográfico tributario (hinterland) un campo de relaciones de dominio político, económico, social y cultural. El núcleo de la ciudad irradia, sobre el campo espaciotemporal habitado, hegemónicas directivas que imprimen formas y figuras al territorio, dando lugar a una peculiar y distintiva arquitectura en donde se asocian estilos de vida sociales con formas y figuras urbanoterritoriales, tanto de carácter geográfico como histórico.

La ciudad del capitalismo tardío

Más allá de una caracterización genérica de ciudad, corresponde especificar ahora qué ha sido del fenómeno urbano en nuestra actual fase histórica, que corresponde a la del capitalismo tardío. En tal fase, caracterizada por Jordi Borja como la propia de una urbanización sin ciudad,[i] el territorio se ha extendido a escalas metropolitanas, mientras que el tejido social urbano ha perdido gran parte de su heterogénea complejidad de comunidad de asentamiento unitaria, para configurar ahora un mosaico de urbanizaciones diversas, cada una con un peculiar y distintivo estilo de vida. De esta manera, la ciudad, como tal, aparece en una situación de crisis.

La razón de ser de la ciudad tardocapitalista aparece reducida a hegemónicas conductas sociales de mercado, en donde los actores urbanitas se disponen en frenética competencia mutua en una suerte de ajedrez territorial, en donde cada uno lucha por conquistar una posición más conveniente a sus intereses individuales, haciendo acopio de recursos apropiados de capital económico, social y cultural. Lo que signa las conductas efectivas de los agentes es el consumo del suelo urbano en términos de emplazamiento diferencial y su consecuencia en la distinción social: el mercado inmobiliario suministra a cada uno un emplazamiento territorial según su disponibilidad económica, social y cultural, agrupando estilos de vida relativamente equiparables en enclaves diferenciados en el extendido paisaje urbano.

El consumo de bienes, incluyendo la vivienda, tiene que verse como algo no muy distinto al uso de un lenguaje, a través del cual los miembros de una sociedad definen su identidad y lugar en la sociedad. Desde esta perspectiva, vemos la clasificación de bienes de consumo en el mercado como la manifestación material de una clasificación de personas y roles sociales –desiguales o no. Es decir, los bienes que consumimos definen el tipo de persona que somos dentro de orden simbólico establecido. Sin una visión clara de esta estructura, es difícil entender el impacto de las desigualdades económicas o el origen de las preferencias en el mercado. [ii]

La realidad socioterritorial de la urbanización del capitalismo tardío se traduce en una segmentación diferencial aguda, no sólo de zonas privilegiadas habitadas por ricos alejadas convenientemente de las zonas depauperadas, sino en hostiles geografías e historias urbanas en donde cada cruce de ciertas avenidas, ciertos atravesamientos de límites, y ciertas incursiones sobre zonas extrañas de la otrora ciudad son hechos furtivos, riesgosos y de consecuencias materiales y simbólicas dramáticas. Ya no se habita, como antes, en Montevideo o Buenos Aires, sino que se vive en Pocitos, Punta Carretas, Palermo o Recoleta.

La segregación socioterritorial

El fenómeno urbano de la época es aquello que aquí elegimos denominar segregación socioterritorial. En la literatura disponible, por lo general, se utilizan expresiones como segregación espacial o segregación urbana. De momento, pasaremos por alto la puntillosidad terminológica.

La segregación socioterritorial que nos ocupa obedece a tres caracterizaciones principales, a saber:

1.       La fragmentación o segmentación del tejido socioterritorial urbano extendido, a través de dos procesos recíprocos:

2.       La localización de distintos estilos de vida, clasificados básicamente por su estratificación económica, aunque también social y cultural, ocupando cada uno de ellos una región urbana diferenciada, proceso que homogeneiza relativamente la población de cada enclave.

3.       La constitución de zonificaciones sociourbanas antagónicas, signadas por procesos de exclusión social de pobladores diferentes a los sectores relativamente hegemónicos en cada localización, proceso recíproco al anterior que delinea en el territorio urbano una suerte de mosaico socioterritorial.

Es de hacer notar que sólo con la concurrencia concertada de estas tres caracterizaciones que se pueda hablar, con propiedad, de segregación socioterritorial urbana. En efecto, tal fenómeno no puede verificarse en una ciudad hasta que ésta no adquiera una condición territorial extendida, de tal suerte que se establezcan, con claridad, diferenciaciones geográficas físicas y económicas suficientes para denotarse con suficiente claridad relativa. Por otra parte, el mero avecindarse de una población que desarrolla, por sí, un determinado estilo de vida no es signo de segregación por sí mismo, sino cuando se la complementa, dialéctica y necesariamente, por procesos de exclusión de pobladores de diferente constitución de estilo de vida.

La historia de las ciudades modernas muestra que son los sectores sociales acomodados los que mudan su localización hacia regiones aventajadas desde el punto de vista ambiental, poniendo distancia recatada de los enclaves populares. Pero también es cierto que estos últimos reaccionan, si bien no simétricamente, sí de forma recíproca: las barriadas populares afirman su identidad y referencia por oposición a los enclaves burgueses. Por su parte, los sectores medios encuentran sus intersticios cercanos tanto como resulte posible a las regiones de los acaudalados y tan distantes o diferenciadas de los barrios humildes como les sea relativamente factible. Mientras tanto, otros no hacen más que resignarse a inmiscuirse allí donde puedan quedar tácticamente invisibilizados, poblando de modo furtivo las regiones olvidadas del territorio.

Ahora bien, estos fenómenos de fragmentación, homogeneización y exclusión mutua se llevan a cabo con innumerables, recurrentes y ordinarias acciones cotidianas propias de consumidores de un tipo especial de mercancía: la locación urbana. La efectiva constitución de la ciudad tardocapitalista como liza general de consumidores en disputa competitiva es deudora de, al menos, dos condiciones principalísimas.

En primer lugar, el suelo urbano debe constituir de modo pleno una mercancía, esto es, debe comprarse y venderse libremente en un mercado abierto y generalizado, en donde las fuerzas innominadas de la economía dicten su férrea ley: cada emplazamiento urbano merece el valor que algún agente económico pueda estar dispuesto a desembolsar por él, en virtud de las más que sólidas razones de la racionalidad especulativa de los actores económicos. Según esta asunción, el valor del suelo urbano está determinado por la maximización posible de la inversión inmobiliaria prevista precisamente allí y en esas circunstancias.

En segundo término, y a consecuencia de la primera condición, el concreto carácter de lugar que tiene el territorio urbano habitado cede paso a un abstracto carácter de espacio. Mientras que los lugares son emplazamientos plenos de existencia humana que los puebla, ocupa y significa, los espacios urbanos son haciendas, son vacíos disponibles para una intervención que construya un emprendimiento social y económico que explote un recurso.

Los “lugares” son arenas estables, “plenas” y “fijas” mientras que los “espacios” son “vacíos potenciales”, “posibles amenazas, zonas a las que temer, resguardarse o huir” (Smith, 1987:297). El pasaje de una política del lugar a una política del espacio, agrega Dennis Smith, está estimulado por el debilitamiento de los vínculos fundados sobre una comunidad territorial dentro de la ciudad. Se alimenta también de la tendencia de los individuos a retirarse a la esfera privada del hogar y del reforzamiento de la sensación de vulnerabilidad que acompaña la búsqueda de realización personal o de seguridad o del debilitamiento generalizado de los colectivos.[iii]

Esta distinción entre lugar y espacio está lejos de resultar de un preciosismo terminológico o teórico. Obedece a una importante diferenciación antagónica de prácticas sociales. Mientras que los lugares urbanos son resultado de una labor comunitaria de producción, el espacio urbano es apenas un recurso especial del consumo depredador. Las ciudades han necesitado de continuos, acumulativos y esforzados procesos de producción material, social y simbólica de lugares, tarea a la que sólo se aplica el esfuerzo concertado de una comunidad de asentamiento a lo largo de la historia y mediante la producción social total de una geografía humana. Pero, si la acción urbanizadora es dejada en manos de las fuerzas del mercado, lo que prima es el consumo distintivo del paisaje urbano. Es por ello que la segregación territorial es expresión contundente del accionar de una horda competitiva de consumidores de locaciones urbanas a título de blasones de exclusividad distintiva.

¿Qué otra cosa que una aguda segregación socioterritorial puede emerger de una sociedad despiadada de meros consumidores de suelo urbano, de una economía que confronta los cada vez más desiguales estilos de vida, de un urbanismo de puros espacios construidos y lugares abolidos? En verdad, ¿puede esperarse otra cosa que una urbanización difusa que yuxtapone monocultivos socioterritoriales mutuamente hostiles y diversamente empobrecidos de vida ciudadana? Lo que no han conseguido los más dementes urbanistas, los más perversos politicastros, los más sórdidos empresarios, lo han alcanzado, por fin, las pacíficas, silenciosas y razonables fuerzas impersonales del mercado. El problema es que nos observamos en el espejo miserable del territorio urbano y nos devuelve la efigie de un estúpido sin atributos, un anónimo fragmento de pifia.

Perspectivas

¿Será que la separación física y social de los individuos tiene un trasfondo más profundo, que va más allá de la situación de pobreza y del ámbito laboral?[iv]

Los urbanitas, abocados a la empeñosa tarea de consumir la ciudad, hemos de terminar por agostarla. Mientras que las sensatas comunidades de asentamiento de otros tiempos consiguieron consumar por todo lo alto realidades socioterritoriales de las que hoy muchos turistas visitamos sus despojos escenográficos, apenas si nos queda ya la evocación memoriosa de entidades como Madrid, Roma o Florencia. Creemos, ingenuos, habitar hoy Montevideo, pero apenas si nos atrevemos a darnos una vuelta por nuestro barrio. Pero Montevideo, como tal, ha sido. Dependerá de nuestra sensatez, de nuestro empeño y de mucho trabajo reconstruirla algún día. Digamos, si vale la pena.

Montevideo, 10 de Julio de 2020

Referencias



[i]  Borja, Jordi (2019) “Derecho a la ciudad, de la calle a la globalización”. Publicado en https://www.jordiborja.cat/derecho-a-la-ciudad-de-la-calle-a-la-globalizacion/

[ii] Espino Méndez, Nilson Ariel “La segregación urbana: Una breve revisión teórica para urbanistas” Revista de Arquitectura, vol. 10, 2008, pp. 34-48. Publicado en https://www.redalyc.org/pdf/1251/125112541006.pdf

[iii] Wacquant, Loïc (2006). Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y estado. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2013

[iv] Arballo, Mariana (2016). Segregación territorial, ¿cuáles son sus causas y consecuencias?: el caso de Montevideo. Tesis de Licenciatura, Montevideo.


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