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Una pintura del paisaje doméstico



Vilhelm Hammershøi Interior con atril del artista

El azar y el empecinamiento se concertaron en el hallazgo de una pintura peculiarmente perseverante sobre unas vidas corrientes y sus aspectos más simples y nobles. Es un arte desarrollado en su entonces por tres pintores daneses en el límite temporal que no separa el siglo XIX del XX. Estos artistas son Vilhelm Hammershøi (1864 –1916), Peter Ilsted (1861 –1933) y Carl Vilhelm Holsøe (1863 – 1935).
Es una pintura que indaga en las profundidades y pormenores de la vida doméstica y que presta una singular atención, como se verá, a ciertas especiales características que hacen de la existencia cotidiana un asunto tanto de interés artístico como de tratamiento plástico con un grado de calidad ética y estética. En efecto, la vida albergada en decorosas residencias de clase media es objeto de examen riguroso, de análisis pormenorizado de aspectos y también de un resultado pictórico peculiarmente interesante aún hoy.
Propongo considerar este arte como una pintura del paisaje doméstico. Si hay que fundamentar tal operación, optaré por defender la idea que la pintura de paisaje, más que un género pictórico, es un dispositivo heurístico, esto es, un instrumento de investigación de su objeto. El pintor de paisajes se ensaña cognoscitivamente con su tema, aprende con la observación atenta y consigue al fin producir un sentido discurso plástico que sintetiza su investigación. Vistas así las cosas, lo que define en realidad a un pintor de paisaje no es tanto su talante considerado a las bellezas de ambiente, sino su vocación por lanzarse hacia su objeto, conocerlo en su hondura y pintar el resultado de toda la operación que resignifica la propia contemplación originaria. Espero que el presente examen verifique estos extremos.
Por otra parte, se trata aquí de un paisaje doméstico, esto es, un ámbito privado en principio al escrutinio público, puesto en un marco que lo resignifica y le rinde una meditada consideración. Es el escenario de la vida módica, honesta y decorosa, que hace del día a día su constitución mostrable, una arquitectura de gestos y cosas dispuestas al efecto de transcurrir el tiempo en un tenor pacífico y sabio.
Y es de este modo que, en compañía de estos tres artistas daneses, emprenderemos un camino que tiene su punto de partida en un rincón de la casa, en donde cada pintor se sitúa al acecho tan vigilante como respetuoso de la vida que palpita allí.

Vilhelm Hammershøi Descanso (1905)

Peter Ilsted Mujer leyendo (1905)

Carl Vilhelm Holsøe Dama tocando el piano

En esto, como en la vida, hay que comenzar por buscar la mujer. Las miradas de sus afectuosos cónyuges se aplican a detenerse en los más sutiles pormenores de sus contornos. No obstante, es una mirada discreta que no busca perturbar los semblantes ni exhibirlos, sino dejar que sea el cuerpo de la mujer el que se enseñoree sobre su ámbito propio. Así, lucen de espaldas, señoras de sus dominios, haciendo propio allí donde precisamente tienen lugar. Al situarse de tal modo —tanto el artista como la modelo— lo que se deja contemplar es cómo el cuerpo humano ejerce un imperio que compone, dispone y confiere significados a todo aquello que se le aproxima allí.
Más allá del modo en que la composición plana del cuadro equilibra sus masas, líneas y colores, es en el ámbito efectivamente vivido y ahora representado en donde el cuerpo ordena, clasifica y asocia las cosas de vivir.

Christoffer Wilhelm Eckersberg (1783 - 1853) Mujer ante el espejo (1841)

Estos tres pintores han aprendido la lección del maestro Eckersberg, en donde la situación pictórica llega a consumarse en una obra maestra y en más de un sentido. En el lugar, la modelo, su situación y el observador se ordenan a efectos de decir lo suyo. Y esto es tanto el delineado cuidadoso de la silueta y los pormenores de textura del cuerpo, así como el equilibrado juego con el espejo, que cierra el significado de la escena. La Mujer tiene lugar allí, en su ensimismamiento, en su apropiación del ámbito que puebla, en la pacífica presencia que no se perturba con la mirada interesada del observador. Hay una sabia luz que conforma una atmósfera muy especial que acaricia la escena y la baña de paz. Si todas estas características se sintetizan aquí en una obra especialmente lograda, a la vez conforman un verdadero programa de investigación para nuestro trío de artistas.

Vilhelm Hammershøi Interior con vista posterior de una mujer (1903-1904)

En esta pintura se revela de modo inmejorable cómo el cuerpo es el arquitecto del lugar. En la escena, cada elemento ocupa un lugar preciso bajo el imperio de la mujer que puebla el ámbito no sólo con su presencia sino con su afán que culminará con el gesto de posar la bandeja que porta en su costado allí en la plaza que a ella corresponde. El lugar de la bandeja no sólo se deja determinar por el objeto, sino por el poder, específicamente arquitectónico, del habitante del ámbito, que confiere sentido y oportunidad a las cosas según su ley. Y toda la firme determinación al respecto se sintetiza en el mechón de cabello que se escapa, airoso, hacia su derecha.

Peter Ilsted El comedor

El afán arquitectónico del cuerpo es más claro en este ejemplo, allí donde apreciamos el componente de trabajo y etiqueta de la labor doméstica. Ese situar las cosas de vivir de un modo determinado entraña, en efecto, una labor esforzada y recurrente, así como la consagración en una forma de vivir todas y cada una de las circunstancias. Si en el caso de Hammershøi todo se concentraba en un gesto mínimo, sutil y significativo, en Ilsted conforma un escenario total, alegremente iluminado desde la ventana.

Carl Vilhelm Holsøe Interior...

En este caso se vuelve patente la constitución de dos arquitecturas. Una, la usual, la construida con ladrillos, piedra, madera y esfuerzo constructivo material. Otra, la vivida, la construida con gestos y hábitos, con preferencias y retiros, con rincones. Una arquitectura dispone de agujeros en los muros a los que suele llamar ventanas, cuando no puertas. Otra, la que descubre lugares iluminados donde los cuerpos y las cosas adquieren un peculiar relieve. Una arquitectura avasalla el espacio, el suelo y la vida. La otra aparece vehemente por gracia de las personas que la habitan.

Vilhelm Hammershøi Interior con motas de polvo danzantes (1900)

Los artistas plásticos suelen prestar mucha atención y sensibilidad a la luz y a sus efectos. Pero los pintores que nos ocupan en esta oportunidad son destacados maestros en este aspecto. Este célebre ejemplo es deudor de una especial consideración sobre el fenómeno físico, una profunda reflexión sobre la vivencia habitable y una consumada producción de una síntesis superior. Es que no se trata sólo de energía luminosa, sino de una pintura que precede a la propia labor pictórica. Es el modelado de la luz solar la que obra esta maravilla y todo el talento del pintor se aplica a contenerlo y evocarlo dentro de un marco. Porque antes de realizar su producción plástica, la pintura estaba ya en el lugar, en donde permitía regir sabiamente el juego de las luces, las penumbras y las sombras. Pero, a no dudarlo, sólo el entendimiento del artista puede conferirle sentido, tanto como hacerlo transmisible en un discurso evidente.

Peter Ilsted El suplemento

Existe, al parecer, una economía simbólica en los fenómenos físicos. Sólo cuando la luz escasea es cuando se la valora en su real magnitud. Sólo cuando constituye el resultado de una ardua labor conseguirla, es cuando se nos deja ver su valor. Sólo cuando constituye una excepción, una rasgadura novedosa en el habitual trascurrir de las cosas y el tiempo, sólo entonces estamos en condiciones de maravillarnos con su revelación. Sólo entonces llegamos a comprender que habitamos nuestro lugar en el mundo cuando emerge una mancha de luz como un evento señalado. Y esto constituye una alegría esencial del vivir.

Carl Vilhelm Holsøe Interior...

La luz, en su magnitud conforme, configura las texturas de las cosas de vivir. Es de sabios disponer estas cosas para que se abandonen a ser dibujadas del mejor modo. Es así que aprendemos a percibir y entender lo que nos rodea, atisbando sobre el hombro del pintor de paisaje. Porque estos pintores no se contentan con la observación acuciante, con la sensibilidad exquisita, o con el dominio puramente técnico de arte de pintar. Es esto y otra cosa más: una propensión científica que apenas asoma en el trasfondo de toda su labor. Y esto es lo verdaderamente importante, porque aprendemos a amar precisamente aquello que aprendemos a percibir.

Vilhelm Hammershøi Interior con mujer al piano (1901)

Es momento de prestar una consideración especial a una dimensión específica que tienen los interiores. Tal dimensión ha sido caracterizada por Peter Sloterdijk como histerotópica, (de hysteron, cavidad, y topos, lugar) esto es, se trata de la profundidad de las cavidades en cuanto tales. No debe confundirse con la profundidad perspectiva, sino que debe comprenderse como una hondura vivencial que tienen los recintos. Mientras que la profundidad perspectiva es una muy primitiva dimensión construida sobre la vivencia de la marcha y la mirada dirigida a la diáfana lejanía, la profundidad histerotópica es resultado de la vivencia del adentramiento prospectivo, de una penetración que tiene mucho de amorosa. En este sentido, las casas y las mujeres son, entrañablemente, profundas. Y no menos misteriosas en tal condición las primeras que las segundas. ¿Cuánto se abisma el otro lado de la mesa? ¿Cuán profunda es una mujer tocando el piano? ¿Y el fondo de los cuadros? ¿Y el fondo de los espejos?

Peter Ilsted Niño estudiando

Preguntarse cuán profunda es la mirada de un lector sobre su libro supone interrogarse sobre las honduras de la propia existencia. El pintor aquí recrea la profundidad aludida en estrecha articulación con el abismo del interior de la casa. Es en verdad honda la arquitectura de la casa en la medida que ampara nuestras liminares profundidades. Tal dimensión doméstica es la medida cabal de la arquitectura efectivamente vivida, esa que se retira a su fondo, para mejor constituirse en su lugar.



Carl Vilhelm Holsøe Interior...

En la casa premoderna, las aberturas se disponen en enfilades que ofrecen intrigantes sucesiones que prometen el infinito. Conocidas ya las preferencias de nuestros artistas, resultaría en verdad extraño el hecho de que no se viesen especialmente interesados en tales extremos. Es que las casas de aquel entonces aún contenían en su seno una profundidad de que los apartamentos actuales se ven deprivados. Ahora que tal hondura nos es escasa es que estamos en condiciones de justipreciarla.

Vilhelm Hammershøi Interior con Ida tocando el piano (1910)

Dentro de los muchos aspectos que me interesan en estas pinturas, debo confesar mi peculiar intriga por la música que se oiría en esta escena. ¿Qué tonalidades? ¿Qué melodías? ¿Qué armonías? Y, sobre todo, ¿qué tempo?
Quizá la música que se oiría aquí resultaría clara como los muros, profunda como las penumbras, vibrante tenue como el brillo de los barnices, prístina como la bandeja que reposa en la mesa. De todas las músicas posibles, habrá que prestar oídos a la propia de la casa. Quizá sea una suerte que no podamos oírla, porque si esto sucediera, nos volveríamos demasiado sabios y acaso de un modo fatídico y definitivo.

Carl Vilhelm Holsøe Sol en la sala.

En la paz doméstica reina un apacible y esclarecido silencio. Los rumores de la vida se apagan en los rincones, mientras que la luz del sol despliega su concierto sobre las cosas. Se puede pensar que no hay más que satisfacción pequeñoburguesa, pero es que hay más, que es más hondo el contenido de una vida allí donde reina, soberana, la luz del día. Y donde hay penumbras que la reciben de buen modo y sombras que no la niegan, sino que la encumbran. Nada prolifera en exceso, aunque nada esencial se echa en falta. Hay, en todo caso, un modo de vivir que recibe, a lo largo de por lo menos tres vidas artísticas, un sentido y profundo homenaje.

Peter Ilsted Interior con dos niñas (1904)

Así como reluce un leve destello en el muro, así, en el silencio habitado de la casa, fulguran las risas de las niñas de la casa. Todo el encanto de la escena se origina en esa sonrisa que ilumina la penumbra. Así en la pintura cuanto en la vida




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