En principio, puede que sólo exista un
sueño, una idea vaga, un deseo impreciso.
Luego, la idea toma una forma y,
entonces, constituye una demanda, algo concreto con que podemos echar adelante
un conjunto de posibilidades futuras. Esto último constituye un proyecto y
procede por sucesivas y progresivas desambiguaciones; se deriva de una idea
imaginada a una síntesis de la forma. A esta forma le debe corresponder una
materialidad y de allí proviene la actitud constructiva o transformadora. Lo
posible, negociado con lo real, da por fin con un constructo material, energético
e informativo. Más allá en el tiempo, se sucede la frecuentación en el uso, el
recuerdo o el olvido, quizá el abandono.
Habitamos tanto el futuro entrevisto
en un proyecto, así como la memoria de lo que hemos soñado alguna vez.
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