El espacio, para Heidegger, es algo aviado, despejado,
rozado (en el sentido de desembarazar un emplazamiento territorial de árboles y
drenar ciénagas), algo que se descubre a partir de una rarificación del lugar.
El lugar sólo puede constituirse por la plenitud del ser
de la cosa, mientras que el espacio sólo es concebible como una negación del
ser: un vacío, una nada relativa, una pura y abstracta extensión.
Vistas así las cosas, la verdadera esencia de la arquitectura
es la constitución efectiva de lugares mediante las construcciones y no la
contemplación abstractiva del espacio transformado como juego de extensiones.
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