Ya que la
estética se pregunta por los sentidos y las sensaciones, debemos establecer de
qué modo éstos se encuentran relacionados con la arquitectura. Por cuanto se
refiere a los sentidos, la relación es obvia; siendo la arquitectura uno de los
modos en los que hacemos artificial el mundo, y siendo el mundo el lugar donde
actúan nuestros sentidos, resulta inevitable una estrecha vinculación entre los
sentidos y el producto arquitectónico. Podría tan sólo precisarse que, entre
aquellos, la vista ocupa un lugar privilegiado. Más complejo resulta el
análisis de la relación entre las sensaciones, entendidas como estados de
conciencia producidos por un estímulo interno o externo al sujeto, y la
arquitectura. La gama es, sin duda, amplia y de difícil definición. Por
ejemplo, la arquitectura puede producir sensaciones de bienestar o malestar, de
fascinación, de estupor, de admiración, de curiosidad y otras muchas más;
llegando incluso a esas formas particulares de “sentir” que pueden provocar
sensaciones de identidad o pertenencia, tradicionalmente impregnadas de tintes
políticos.
(Masiero, 1999)
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