El juego arquitectónico —esto es, la actividad humana
reglada que constituye la arquitectura— se desarrolla proponiendo la
articulación del espacio habitado mediante el despliegue de una piel o
superficie con dos lados radicalmente diferenciados.
Uno de los lados, el exterior urbano, luce al sol su
máscara pública y escribe en la ciudad su historia oficial y publicable. El
otro lado de la envolvente, el interior habitado, tienta los cuerpos de las
personas que lo habitan y ofrece ciertos espejos de su circunstancia íntima.
Esta
fundamental articulación del espacio es, quizá, el gesto arquitectónico
primigenio.
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