Desde que los hombres han abandonado
la vida nómada —por la fuerza o por una necesidad sedentaria— han enterrado su
pasado bajo sus edificios. Con cada capa sucesiva que se añadía a la anterior,
otro pedazo del pasado se sumaba al repertorio de recuerdos, o bien se mantenía
fuera de él. Esa es la parte oscura e irracional de la casa. La cubierta, por
el contrario, es su aspecto evidente y explícito. Su recubrimiento y su
pendiente, sus bordes y sus encuentros, hacen patente la manera en que sus
habitantes se enfrentan a los elementos. Cuando se ve desde dentro, la
estructura de la cubierta también es un tema constructivo claramente
inteligible. La cubierta es la cabeza de la casa; y, puesto que se halla entre
su ocupante y el cielo, es también el sustituto de éste en el pequeño mundo de
quien la habita.
(Rikwert,
1987)
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