Los avatares del habitar vividos como tránsitos originan
la figura del laberinto. La sustancia esencial de su constitución es el tiempo
vivido en el propio decurso del transitar. La perplejidad acerca de la
situación y el acontecimiento en el lugar no es tanto ¿En dónde estamos?, sino ¿A
dónde hemos llegado? En el laberinto de los lugares articulamos nuestra
atávica conducta exploratoria con la demiúgica actitud de urdidores de mapas y
escrituras que registran en el seno del caos de sensaciones la intuición del
orden del cosmos.
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