El interés por el bien de los hombres concretos,
motor objetivo de la ética inveteradamente, ha ido expresándose de modos
diversos en el curso de la historia, pero son dos —a mi juicio— las grandes
preguntas que traducen la preocupación ética: la pregunta por el bien positivo
«¿qué podemos hacer para ser felices?», y la
pregunta por el sustento indispensable del bien positivo «¿qué debemos hacer para que cada hombre se encuentre en
situación de lograr su felicidad?»
(Cortina,
1986)
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