Aludir a aquello que sucede en el interior habitado
supone, por una parte, tratar con el contacto íntimo y directo que tienen los
actos del habitar —las estancias, los tránsitos y la trasposición de límites— con el comportamiento reactivo de
las zonas más sensibles de la piel arquitectónica.
Se trata entonces de texturas
que se denotan en el contacto directo.
También implica, por otra parte, atender al orden de vínculos entre la contextura de los cuerpos que allí moran
y la propia de la arquitectura.
Más allá de cualquier determinación funcional específica,
en cada recinto interior, el cuerpo se abandona a su estar y cada recinto es entonces una estancia particular. El
término estancia designa aquí dos
entidades distintas, pero íntimamente articuladas y referenciadas entre sí: por
una parte, significa la resultante de una actitud subjetiva al estar en un
sitio, por otra, significa el lugar arquitectónico que es el escenario del acto
de habitar estando allí. En la sala de estar generalmente adoptamos una actitud
formal, aunque distendida en el caso de que se trate de nuestra sala;
observamos una etiqueta que consideramos adecuada a la situación de interacción
social entablada; habitamos allí en la escala pública del sistema de recintos
privados. En la alcoba, en cambio, aliviamos nuestra vestidura e investidura;
adoptamos una conducta más personal; experimentamos una escala más privada e
íntima del recinto más reservado.
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