La noción de que la arquitectura es aquello que hacen los arquitectos, examinada con cierta atención, se
muestra poco clara.
En la aparente sencillez de su formulación verbal encubre
más de lo que revela. Oculta las insoslayables relaciones sociales que vinculan
al comitente (cliente o usuario) con las fuerzas de producción y oculta también
el propio papel articulador que el arquitecto desempeña en ese entramado de
vínculos. Esta noción invierte el orden lógico entablado entre las
solicitaciones humanas de transformación habitable del ambiente con aquellas
que dan lugar a la división social del trabajo.
Si la figura socioprofesional del arquitecto precede dialécticamente a la
noción de “arquitectura”, esta última queda reducida a una superestructura,
ignorando con esto su arraigo en la base antropológica del habitar humano en el
ambiente.
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