Un rostro en
el espejo que, sin equívocos catastróficos, pueda suponerse como propio aparece
sólo cuando los individuos se retiran habitualmente del campo de intercambio de
miradas —que los griegos siempre comprendieron también como campo de
intercambio de palabras— a una situación donde ya no necesitan el complemento
de la presencia de los otros, sino que, por decirlo así, son ellos mismos los
que pueden complementarse a sí mismos. La identidad facial del yo, como
posibilidad de tener un rostro propio, coincide, así, con aquella
reconstrucción del espacio subjetivo que se produjo con la invención estoica
del individuo como alguien que ha de valerse por sí mismo.[…] Como observadores vivos —podría decirse:
como testigos interiores de su propia vida—, en el momento en que nace el
individualismo los individuos adoptan la óptica de una mirada extraña dirigida
a ellos mismos, completando así su apertura esférica interfacial mediante un segundo
par de ojos que, extrañamente, resulta ser de nuevo el propio.
Con ello
comienza la historia del ser humano que quiere y debe poder estar solo. Los particulares en el régimen
individualista se convierten en sujetos puntuales que han caído en manos del poder
del espejo, es decir, de la función reflectiva, autocomplementante.
(Sloterdijk, 1998: 191s)
Comentarios
- Antes dije que me parece que aquí, como
en Lacan, se le otorga a la mirada en el espejo un papel exagerado. Sin
embargo, es interesante destacar el papel que tiene el retiro relativo del sujeto del
mundo social y el vuelco autorreflexivo que se originaría, en mi opinión,
en la apertura propioceptiva de un lugar íntimo.
- Todo esto me hace acordar a la Virginia
Woolf, que reclamaba para sí una
habitación propia, con el fin de retirarse en ella y escribir.
- No creo que deba subestimarse el papel
del espejo, pero tampoco reservarle en exclusiva la realización de la
introspección individualista.
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