En la antigua Roma, el genius loci era el espíritu
protector de un lugar o casa.
El concepto, hacia fines del siglo XVII, devino en una
suerte de condición especial que hace de un lugar o paisaje un contexto para
una intervención humana. Christian Norberg-Schulz lo asumió como tópico de una
propuesta fenomenológica acerca de la arquitectura. En estos tiempos
desangelados, el término puede corresponder a aquella característica distintiva
que tiene cada lugar, con la cual hay que concordar para ofrendarle la obra que
merece.
La pervivencia del concepto puede invertir el orden
generalmente aceptado que considera primero la Idea humana tomando tierra en
algún sitio que le resulta apropiado. Podría pensarse en cambio en una obra, propiciada por el lugar que la estaba
esperando, e interpretada con sabiduría por el habitante.
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