Habitar tiene, como práctica social, un innegable
contenido político.
Nuestras elecciones del lugar de residencia, el tipo
inmobiliario que nos resulta aceptable, cómo y cuánto pagamos su precio al
adquirirlo y al mantenerlo, los modos de habitar los distintos lugares
ciudadanos… todo esto tiene un sustancial contenido político. Lo tiene porque
contribuye a conformar las ideas y tendencias dominantes sobre el modo social
de habitar. Lo tiene porque aporta, con sus contradicciones, a construir
revisiones críticas. Lo tiene porque ofrece un modelo antagónico a modos
alternativos de habitar y con ello, a la forja de un determinado activismo
político en torno al derecho a habitar.
Hay que ver qué hacer con la minúscula —pero nada
desdeñable— cuota de poder que cada uno tiene en su vida cotidiana.
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