Un jardín
significa siempre una añoranza a la que se ha dado forma, también un regreso
sentimental a la edad dorada, a la vez que un escape hacia la utopía. Siempre
está implícito el intento de recobrar en la tierra el paraíso perdido y
alcanzar así, por adelantado, el reino de los cielos prometido. El camino para
alcanzar esta meta es la reconciliación con la naturaleza; reconciliación sólo
posible dentro del arte. La naturaleza vuelve a ser bella sólo en esta elevada
esfera, que cuenta con un orden propio. En este contexto, deja de ser pedregosa
y dura como tierra de labradío, e intransitable y llena de peligros como la
selva. Los jardines resultan de la conjunción de lo bello del arte y de la
naturaleza, en lo que están incluidos todos los elementos naturales como el
agua, la luz, el aire, el crecimiento, convirtiéndolos en objetos de arte.
(Schrörer, 1992)
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