Cuando se sueña
en la casa natal, en la profundidad extrema del ensueño,
se participa de
este calor primero, de esta materia bien templada del paraíso material. En este
ambiente viven los seres protectores. Ya volveremos a ocuparnos de la
maternidad de la casa. Por ahora sólo queríamos señalar la plenitud primera del
ser de la casa. Nuestros ensueños nos vuelven a ella.
Y el poeta sabe
muy bien que la casa sostiene a la infancia inmóvil "en sus brazos":1
Casa, jirón de prado, oh luz de la tarde
de súbito alcanzáis faz casi humana, ,
estáis junto a nosotros, abrazando, abrazados.
1 Rilke, apud Les lettres, 4 año,
núms: 14-15-16, p. 1.
(Bachelard, 1957)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario