Las casas romanas estaban intensamente pobladas por
dioses domésticos.
Véase si no. La casa contenía el culto a los dioses
Lares. En principio parece que era uno solo, pero cuando se consagraron las
encrucijadas de caminos, entonces, significativamente, pasaron a ser dos.
También se rendía culto a los Manes, esto es, las almas de los familiares
difuntos. Estos Manes podían contrarrestar la maldad de las Larvae o Lémures.
Por otra parte estaban los Penates, cuya naturaleza y función se confunden con
los Lares.
Todas estas manifestaciones divinas parecen ser
particularizaciones del conocido Genius loci.
¿A qué viene todo esto? A la sospecha que los antiguos
romanos intuyeron fuerzas o disposiciones especiales en los lugares y
comprendieron, de una manera sintética, eso que hoy podemos denominar la
alianza pacífica, perdurable y bienhechora de las personas con el sitio que
habitan.
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