Algunos éticos
nos hemos refugiado humildemente en una ética de mínimos, y nos limitamos a
decir a nuestros oyentes y lectores: al decidir las normas que en su sociedad
van a regular la convivencia, tenga en cuenta los intereses de todos los
afectados en pie de igualdad, y no se conforme con los pactos fácticos, que
están previamente manipulados, y en los que no gozan todos del mismo nivel
material y cultural ni de la misma información; porque —por decirlo con John
Rawls— usted está convencido de la igualdad humana cuando habla en serio sobre
la justicia; o cuando ejecuta actos de habla con sentido, por decirlo con la
ética discursiva; haga, pues, del respeto a la igualdad una forma de discurso
normativo y de vida.
(Adela Cortina, 1986)
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