Suele
tenerse a las villas emplazadas en el campo, a la manera de los cottages, un
modelo de feliz concordancia del habitar humano con la naturaleza. Pero
observemos el caso más de cerca.
El
bien cuidado césped que rodea la construcción es producto de una presión
selectiva sobre las especies vegetales: se promueve el desarrollo de algunas a
costa del combate a otras, tenidas por malezas. Ciertos animales y vegetales
—que no suelen pertenecer a la fauna y flora autóctonas— son criados,
cultivados, cuidados y explotados, mientras otros son combatidos como plagas.
La misma producción de la casa supone la extracción selectiva de recursos
naturales y la afectación del suelo. El acondicionamiento térmico se consigue a
través de un dispendioso uso de leña, a la vez que vierte humos a la atmósfera.
Por una parte se extrae agua apta para su potabilización y por otra se vierten
aguas servidas.
Si se
contabiliza con minuciosidad el costo energético implicado, que se traduce, por
lo general, en consumo de combustibles fósiles y el vertido de dióxido de
carbono a la atmósfera, se podrá concluir que en tal idílica escena en realidad
se verifica un expolio del ambiente y un trastorno en los ciclos
biofisícoquímicos propios del ambiente natural. Hay que recordar que este costo
energético está implicado tanto en la actividad de construcción del cottage así
como en su implementación habitable. También debe repararse que este “hábitat”
apartado no es, por cierto, autosuficiente, de manera que hay que agregar a la
ya funesta cuenta energética, los costos de traslados de objetos y personas,
los que son proporcionales a la distancia de los centros poblados abastecedores.
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