Hay
ciertas ocasiones en que la contemplación atenta de la arquitectura vernácula
(pienso en este momento en la arquitectura insular griega) resulta no sólo
agradable sino también aleccionadora.
Cuesta
no poco esfuerzo, sin embargo, abandonar los hábitos forjados en la Facultad,
en donde era imperativo aprender de las Obras Maestras proyectadas por los
Héroes de la Profesión. Sólo cuando desconfiamos del trasfondo del Magisterio
es que nos volcamos, sentimentalmente, hacia la arquitectura que se desarrolla
mágica y extrañamente sabia, fruto del pulimento secular de proyectos de vida
antes que arquitectónicos.
Quizá
allí radique la clave: proyectos de vida
antes que arquitectónicos.
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