El cielo, dirían los metafísicos, sale a escena
como informador de la tierra y le ofrece signos; algo extraño entra en lo
propio por la puerta y se hace oír.
(Sloterdijk,
1998: 38)
El
cielo, como fondo perceptivo que es, puede quedar en silencio y por ello es que
puede portar signos e informar a la tierra. Así, de una fundamental lejanía nos
llegan señales que hacemos propias. La recepción de signos del cielo quizá sea
una primigenia experiencia de lo lejano-y-cercano, lo pleno-y-lo-vacío, topos- y-chora.
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