Las
estancias, convenientemente amparadas por muros y cubiertas, pueden resultar
apacibles.
En
cambio, en cada umbral —puerta, ventana, balcón— la vida vibra con una singular
inquietud. Los vanos hablan, mientras
que los muros permanecen mudos. El habitar, que siempre es la habitación de un
límite, cobra una especial intensidad en los tránsitos y aún en las estancias
en los umbrales.
El
cuerpo se conmueve y emociona en las oquedades del muro.
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