Desde
tiempos remotos, nos hemos lanzado a explorar, lo que no sólo implica
desplazarse, sino además trazar mapas y escrituras.
Lo
que resulta de ambas operaciones es una arquitectura de laberintos. No se trata
de una abstracta y puramente espacial estancia —la que produce esferas—, sino
que nos vemos sumergimos en un medio concreto donde también el tiempo tiene
lugar.
No
por nada una de los aportes arquitectónicos del mítico Dédalo consiste en
aquello que Borges nomina, con acierto, la casa
de Asterión.
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