Basta
mirar en derredor de uno: participamos de un orden absolutamente propio de
personas y cosas.
En
efecto, los objetos tan perfectamente
domesticados de los que habla Georges Perec proliferan en nuestra compañía
dispuestos en un orden que es intrínseco de nuestra vida. El hacer nuestro un
lugar es imponerle una cierta y propia composición que prolifera en
significados privados.
Quizá
todo lo que quede de nosotros sea un agregado heteróclito de ciertas cosas que
serán, indefectiblemente, acomodadas de otra manera, mal que nos pese. Y
algunos recuerdos.
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