Cuando
proferimos “Dédalo” generalmente queremos mencionar un paraje singularmente
intrincado en sus caminos o algún asunto particularmente confuso o enmarañado.
Pero lo que hacemos, en verdad es mencionar al Artífice del Laberinto. Dédalo
es a la vez el paradigma de los artesanos especialmente mañosos (carpintero,
ingeniero, arquitecto) y el autor del primer ejemplar de los laberintos.
En
principio el patético rey Minos le exige el confinamiento seguro del Minotauro,
lo que equivale al alojamiento profundo de la Culpa. Pero lo que efectivamente
realiza Dédalo es un Laberinto, lo que equivale al complejo Palacio de Cnossos;
en todo caso, a la casa de Asterión.
Por otro lado, el palacio es tan vasto que puede confundirse en su intrincada
disposición, a la propia Ciudad.
No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro
aparato de los palacios pero si la quietud y la soledad. (Borges,
1949)
Aquí
Borges, como siempre, es clarividente: la arquitectura del Laberinto promete la
quietud y la soledad de quien prefiere apartarse del mundo, Sin embargo,
obsérvese:
La casa [de
Asterión] es del tamaño del mundo; mejor
dicho, es el mundo.
(Borges,
op. cit.)
Dédalo,
ya como un verdadero Demiurgo, concibe la arquitectura a título de
autorrepresentación. Me lo descubrió mi hija Laura cuando tenía siete años: Nosotros somos un Laberinto.
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