Los
antiguos han intuido que la vida origina las condiciones que la hacen posible.
En principio, todo es atmós (hálito).
De allí las ideas de hálito vital y
de atmósfera.
Por
otra parte, si la quietud del aire lo hace invisible por su omnipresencia, es
el movimiento el que lo vuelve manifiesto. De allí se originan los relatos de
los vientos y las tempestades. De allí también el carácter vital y originador:
el viento de la primavera fecunda a Flora.
Pero
el aire tiene aún algo de sustancia rarificada —si no es un puro vacío— que
abre intervalos a la presencia y el movimiento. En otros términos, es el
espacio.
Un
lugar, en definitiva, es una atmósfera especialmente acondicionada para
habitarse
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