Todo
habitar proviene, en definitiva, de lo ctónico.
Después
de todo, el territorio (jora)
equivale a mencionar un receptáculo primordial, una madre, una nodriza o una
tumba, según se mire. Gea, “la de amplio pecho” es el origen y el sustento, se
empareja con Urano —el cielo— y concibe entonces a Océano, tal su esencial
fertilidad.
En
las profundidades del pensar, la tierra sustenta las ideas de arraigo y
aquerenciamiento: divide a los habitantes entre sedentarios y nómades.
Un
territorio es una figura tatuada en la piel de la tierra: un aquí que podemos trazar
y defender.
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