Si
uno consigue elevar algo un suelo habitable, desdeñando el correspondiente
ascenso de muros y cubiertas, obtiene una terraza.
Cuando
ocurre una terraza, uno dispone de vistas y se expone confiado al ambiente. Por
ello las terrazas provienen de —y son oportunas en— climas benignos y
relativamente poco lluviosos, en donde es posible avecinarse con las brisas
frescas y donde el sol es bienvenido con agrado. No se trata de lugares “de
primera necesidad”, pero suponen un enriquecimiento razonable de la experiencia
del habitar.
Se
sospecha que, en todo caso, una terraza es una incitación a la calma y eso la
hace deseable en una cierta forma.
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