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El caso San Rafael (III) El plano estético arquitectónico


La propuesta Viñoly-Cipriani

Para muchos, los juicios estéticos se confunden con juicios de gusto, esto es, juicios sintéticos (no aparecen fundados en razones precedentes) y a priori, con lo que se postran en la más arbitraria subjetividad. Y el verdadero problema es que la mayoría de opinantes, primero esgrimen juicios de gusto y apenas si se sienten emplazados para aportar argumentos que los justifiquen.
Pero no estamos condenados a esta situación si operamos con método. Primero, aportemos argumentos acerca de la constitución del objeto y acerca de la oportunidad ético-política de su producción y sólo luego coronemos la labor crítica con juicios de valor analíticos (porque derivan de argumentos precedentes) y a posteriori.
Así que es ahora, luego que hemos expuesto ciertos argumentos (aún sin agotarlos, porque esto es una labor social) podemos abordar cuestiones de índole estética sin incurrir en juicios de gusto a priori.
La peculiar contextura formal del conjunto propuesto obedece a una actitud frente al viejo hotel preexistente. El germen de la forma, en principio, está en la conformación estilo Tudor del Hotel San Rafael. Esto del estilo Tudor supone una aculturación propia de la burguesía rioplatense de la época de su construcción, fundada en la asociación simbólica e imaginaria entre lo inglés y lo refinado. En aquel entonces, pero sobre todo hoy, es una poética propia de revistas del corazón que entretienen las peluquerías femeninas con los detalles de la presunta vida cotidiana de los ricos & famosos.
En todo el intervalo histórico cultural arquitectónico que media entre la erección del hotel y esta nueva y tardomoderna propuesta se ha discutido sobre la adecuación de las formas tanto al contexto (contextualismo) como a un discutido espíritu de los tiempos (Zeitgeist). Para muchos profesionales arquitectos, la forma resultante debería corresponder tanto a las solicitaciones del lugar como del tiempo histórico. Para otros, una vez experimentada la crisis posmoderna, (casi) todo vale, con tal de constituir aquello que Jean Nouvel ha denominado objetos singulares. Cabe preguntarse qué valores son los emergentes de tales actitudes, ya que cada obra arquitectónica no sólo alcanza a quienes se sirven de ella a título de arquitecto, promotor, constructor y habitante. La arquitectura constituye bienes presentes estéticamente en la vida de todos los ciudadanos: a todos nos afectan sus efectos sobre la percepción, la sensibilidad y las emociones. Es por ello que el plano estético es ineludible en el tratamiento en este caso.
En el ámbito estético arquitectónico existe una frecuente y equívoca asociación entre la autoridad profesional de ciertos arquitectos y el logro estético atribuido a sus propuestas. Pero se soslaya que la arquitectura es una actividad social de producción donde el arquitecto proyectista es un actor importante, pero de ninguna manera excluyente: una arquitectura no es una escultura de gran tamaño. Un arquitecto de buena reputación tiene autoridad precisamente porque puede equivocarse como ser humano que es. Un arquitecto con autoridad no tiene licencia para perpetrar arquitectura en cualquier circunstancia y no santifica con su gesto al firmar sus propuestas. Por otra parte, el común de los mortales tiene pleno y absoluto derecho a tener opiniones estéticas: sólo es preciso estudiar a fondo el tema y el carácter de no-arquitecto no inhibe a nadie para sentirse afectado por los resultados del obrar arquitectónico profesional. La arquitectura nos implica a todos y nos compromete como seres sociales.
Es por todo esto que debemos discutir a fondo este caso. Pase lo que pase, eso que se define tan trabajosamente como cultura arquitectónica puede crecer y desarrollarse si en vez de apasionarnos deportivamente por tomar partido como barrabravas de tribunas, adoptamos un talante reflexivo y siempre respetuoso. Y nunca resignado.

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