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Una cualidad sin nombre

Oswald Achenbach (1827- 1905) Jardín de un monasterio (1857)

Hay escenas que tienen una cualidad sin nombre y que nos mueven a una melancolía especial: Quisiera estar ahí.
No es un efecto de belleza, aunque algo de lo efectivamente percibido llega a la hondura de los afectos. No es, tampoco, un efecto de la bondad moral ilustrada: nunca sabremos por qué nos resulta seductor. Puede que haya sí un efecto retórico: la imagen nos participa en algo que, por alguna oscura razón, estamos aguardando percibir, quién sabe desde cuándo.

Los lugares que habitamos deben tener esta cualidad sin nombre: algo que es precisamente lo que nuestro interior aguarda con una discreta pero firme expectativa.

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