La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está
confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún
control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad,
puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos.
De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación
inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la
calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo
hagamos.
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