La ciudad como espacio de concentración humana fue
un lugar privilegiado para la fundación del capitalismo primero como lugar de
acopio y transacción de bienes materiales, luego a partir de la producción de
mano obra de procesos tecnificados, la ciudad se convertía en una fuerza
productiva más por cuanto servía de soporte tanto a las condiciones generales
de la producción y de la circulación del capital como a las condiciones de la
reproducción de la fuerza de trabajo. Así visto, la ciudad no más que el sistema
espacial a través del cual se desenvuelven los procesos de producción,
circulación y consumo que necesitan de un soporte físico para tener lugar. En
tanto soporte adquiere un valor de uso específico, que surge de la articulación
de todos ellos y es diferente de cada una de las partes que lo componen. A
pesar de los cambios que ha podido sufrir el sistema económico global, la
ciudad sigue siendo un lugar exitoso y privilegiado para la reproducción de las
condiciones de la vida, desde el trabajo y la vivienda hasta la producción del
conocimiento. En este contexto el negocio inmobiliario es uno de los motores
fundamentales del siglo XXI, más allá de su indiscutida responsabilidad en la detonación
de la actual crisis del capitalismo global. Unido indisolublemente a la consolidación
de la explosión urbana que se viene produciendo desde hace una década, es uno
de los mayores negocios actuales cuya importancia queda probada por diversos fenómenos:
desde el derribo de la favela asiática de Dharavi en Mumbai hasta la célebre conversión
de las ciudades chinas en bosques de rascacielos, pasando por las torres de Dubái,
Sao Paulo… la ciudad puede destruirse y reconstruirse en un solo gesto.
Cristina
Fernández Ramírez y Eva García Pérez, 2014
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