Galería
Vittorio Emanuele II, Milán
Quién sabe cuánto hace que me
repito todo esto, y es penoso porque hubo una época en que las cosas me
sucedían cuando menos pensaba en ellas, empujando apenas con el hombro
cualquier rincón del aire. En todo caso bastaba ingresar en la deriva
placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y
casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá
porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre.
Julio
Cortázar, “El otro cielo”
Imposible
no maravillarse con la magnificencia de las antiguas galerías.
Pero
también es preciso reservar cierta admiración ante la habitación de los
pasajes. Se trata de tránsitos especiales, de ceremonias de paso, de rituales
de hondo contenido existencial.
Julio
Cortázar imaginó, para siempre, una galería que conectaba el veraniego centro
de Buenos Aires, a través del Pasaje Güemes con un invernal y sórdido París que
emergía de la galería Vivienne.
Después de “El otro
cielo” los pasajes siempre llevan a Otra Parte.
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