Se considera comúnmente que el lugar
por antonomasia del habitar es la casa, en cuanto espacio asociado con nuestra
identidad como sujetos individuales y culturales. La idea de casa está
relacionada con la noción de abrigo, de techo, de protección, pero también con
la idea de centro y de punto de referencia, ordenador del mundo del sujeto.
Giglia, 2012: 9
Si el lugar por antonomasia es la casa
es, precisamente, porque la noción de casa es, antes que un abrigo, un lugar.
Es que podemos carecer de abrigo, pero siempre estamos al amparo de un lugar,
por precaria que sea nuestra situación. Estar fuera de lugar es errar
desubicado, desamparado de una condición tan elemental de nuestra existencia
que corre siempre por debajo de la situación de confort, por los fundamentos
mismos de la vida. En cambio, podemos sentirnos como en casa en todo
lugar que se nos abra hospitalario, por más que no sea otra cosa que una
humilde habitación de hotel o aún de un hospital. Pero también puede ser tan
hospitalario un banco en un parque, o aún, un cierto peldaño en una cierta
escalera. Es el cuerpo el que decide tener lugar.
Pero es más cierto aún que la casa,
como lugar por excelencia que es, constituye un centro, un foco, un origen de
coordenadas topográficas. Un punto cero del habitar. Pero aun los que habitan
en una circunstancia desposeída de techo, para los caminantes rurales y los
vagabundos urbanos, el lugar del punto cero lo llevan siempre consigo. Porque
quizá una de las más extremas formas de la miseria sea que no contemos por
punto cero del habitar más que con nuestro propio frágil cuerpo, allí donde nos
encuentre el capricho del tiempo. La casa es la envoltura cultural consolidada
de ese aquí que portamos en nuestra endeble constitución existencial.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
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