Es claro que la cuestión de la sostenibilidad no
pasa solamente por el consumo energético. Básicamente se trata de una cuestión
cultural, esto es, que envuelve una serie de otros factores “no cuantificables”
tan importantes cuanto los energéticos, referidos a los hábitos de consumo, de comportamiento
social, de desplazamientos, de localización, de respeto a la memoria acumulada,
a la constitución de los lugares y a las relaciones que las personas y las
edificaciones mantienen entre sí y con el espacio en común; con las
transiciones entre lo individual y lo colectivo, entre lo público, lo
semipúblico y lo privado. Se trata de una intrincada red de interacciones entre
factores objetivos y subjetivos, entre lo real y lo imaginario y entre lo
material y lo inmaterial, cuando hablamos de sostenibilidad.
Jorge
Jáuregui
Nuestros
llamados “hábitos de consumo” son, en realidad una superproducción de
desperdicios. Lo que más producimos, tanto antes, como durante y luego que
consumimos, es basura, deshechos, detritos. Por cada paquete de, digamos, mayonesa
que llega a nuestras manos, hay una porción no despreciable que se produce para
ser desechada por sobrestock, una vez que se alcanza su fecha de vencimiento y
no ha sido comercializada, hay unos envases y una caja que guarda estos envases
que abulta en nuestras bolsas de residuos.
En
realidad, el “consumo” contemporáneo es una brutal, frenética e irracional
subexplotación de recursos, una dilapidación de materias y energías, una cadena
ininterrumpida de implementaciones precarias, que dejan a su paso una impronta
de heridas ambientales.
Por
ello se impone una sensata sostenibilidad basada en una profunda transformación
de nuestro “consumo” en hondas consumaciones.
Esto quiere decir, transformar los actos de nuestra vida cotidiana en la
consumación integral y completa de ciclos de producción, implementación y
reciclado de materias y energías. Esto, antes que los montones informes de
desperdicios nos ocluyan el horizonte.
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