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el turista es ante todo un espectador, un
voyeur. Al respecto, sería suficiente
para hacer su elogio descubrir en él una forma radical del flânneur baudeleriano, ese personaje central en la modernidad que se abandona a la pura
travesía diletante de la ciudad, por el placer de caminar y sin otra tarea que
la de gozar de las virtudes del puro observarlo todo. Pero el turista es
más que un paseante ocioso, es sobre todo un merodeador. No sólo mira, sino que
busca y encuentra, como Barthes advertía, ante todo signos, es decir nudos
entre un significado que traía consigo y significantes que deberían estar ahí,
como esperándolo.
Manuel
Delgado, 2015
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