Las
cosas de vivir podrían conservarse casi idénticas a sí mismas a lo largo del
tiempo y podrían envejecer noblemente. Pero no.
Nuestra
vida podría constituir un continuo proceso de refinamiento en el gesto y cada
gesto podría dejar una impronta de mejora continua en nuestro hábito
primordial. Pero no.
Podríamos
apreciar, petulantes, cómo día a día mejora nuestra condición objetiva y con
ello nuestro contento. Pero no.
Es en
verdad triste comprobar cómo ciertas penosas fealdades nos afligen el alma,
todos los días un poco y al final...
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