Beatriz
González Paseantes (2013)
Por
un laberinto, en principio, todo es errar.
La
marcha no se detiene más que breve y apenas: el sentido del laberinto es su
propio acontecer perplejo. La cadencia de las alturas se sucede con el ritmo de
la alternancia de ámbitos públicos y privados, las amplitudes relativas
alternan ámbitos propios y extraños.
Las
derivas hacen ocurrir ámbitos murmurantes, zonas de estrés acústico y silentes
reductos íntimos. Suceden las variantes térmicas y lumínicas que ofrecen
novedad y acontecimiento a los estremecimientos de la piel y las acechanzas de
la mirada. Vagas alternancias olfativas nos guían mediante discretas adhesiones
y rechazos.
Mientras
que la marcha le otorga hegemonía al protagonismo de las piernas, las manos
operan apenas sumarias. Los cuerpos ya excavan cavidades, ya buscan la luz, el
aire y el lugar libres. También se suceden y mudan de carácter las reglas, los
trabajos, los afectos
En
los laberintos, la ley interior la dicta el tiempo, los latidos, los resuellos
de la respiración, los pasos.
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