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Habitaciones elementales (III): Agua

Edgard Degas (1834- 1917) Mujer en una bañera (1883)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

El agua y la vida no suelen proliferar mucho una lejos de la otra.
Pero es el trato íntimo y simbólico de las personas con el agua lo que signa de un modo especial los lugares habitados. Concomitante con la ablución ritual está la entrevisión propia en el reflejo de la superficie: Narciso se reconoce a sí mismo en la circunstancia del lugar y quizá esta instancia es el Conocimiento fundamental que nos hace tener efectivo lugar. Pero cabe considerar antes la vivencia profunda del contacto de la piel con el agua, percepción precursora de toda otra experiencia cognoscitiva  del cuerpo en el lugar. Hay que recordar toda esa ancestral experiencia de flotar al amparo de la matriz, que nos instruye nuestro prolongado desarrollo prenatal. Nuestra piel ha conocido antes el agua que las agradables brisas de la atmósfera.
Quizá sea todo esto algo que ver con que al agua, cuando volvemos, siempre lo hacemos de un modo primitivamente placentero.

Por ello, acaso no haya refinamiento más consumado que flotar, plácidos, aligerados de peso y confiados en un agua a la que podemos siempre considerar, a justo título, sagrada.

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