Johann Hamza
(1850–1927) Interior con retrato
(1927)
Poblar
una estancia constituye un caso de ritual de habitación. Como ritual, en este contexto,
debe entenderse toda acción o sucesión de acciones dotadas de una forma
significativa que confieren un peculiar sentido existencial tanto al
comportamiento del habitante como al ámbito en que se desarrolla. Así, la
habitación de una estancia es la forma significativa en que el locatario hace
de un ámbito precisamente un lugar de permanencia.
Una
estancia se puebla con un contenido de demora;
allí donde uno se detiene, se aloja, tiene lugar es en una morada, siquiera circunstancial. Un sitio, entonces, deja de ser un
mero accidente espacio-temporal para volverse, significativamente, un lugar de
espera. Es entonces que sucede una estancia en los dos sentidos principales del
término: tanto en la acción del habitante así como en la conformación efectiva
del lugar habitado. Una estancia no es siempre y en cualquier ocasión, una
habitación, en el sentido de un interior construido: constituyen estancias allí
donde el viandante se detiene a descansar, donde toma asiento, en donde
localiza una situación estratégica.
Los
varios contenidos del ritual activan unos ciertos factores de sentido. Una
estancia se conforma como un apartamiento, una toma de distancia, un
confinamiento o reclusión. Quien puebla una estancia ha vuelto un emplazamiento
determinado en un mundo propio, un espacio hurtado a la conexión general de
todos los demás sitios de la naturaleza. Toda estancia, de un modo fundamental,
constituye una esfera más o menos nítidamente articulada contra el fondo de
todo lo que se da.
Un
valor destacado de toda estancia es su amparo relativo, esto es, cómo los
confines de la burbuja espacial alojan en su seno pueden, tanto física como
simbólicamente, resistir las perturbaciones extrañas al sujeto habitante. Toda
estancia, aún la más librada a las inclemencias de la intemperie, abriga y protege
existencialmente a su sujeto actor.
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