Diego
Velázquez (1599- 1660) La Venus del
espejo (1651)
A la
asunción del concepto de sujeto encarnado se le debe agregar, a nuestros
efectos, la caracterización de radiante.
Es
necesario entender el cuerpo como un arquitecto que impera allí donde tiene
efectivo lugar. Así como en otras ocasiones hemos prestado peculiar atención
aquí al lado interior de la arquitectura —su piel sensible— ahora toca prestar
atención a la arquitectura que el cuerpo despliega más allá del contorno de la
piel. En efecto, es preciso detenerse en esa densa red de radiaciones que
parten del interior profundo del sujeto encarnado y se difunden sobre el lugar
que habita.
Allí
es donde el peculiar estatuto de los espejos tiene mucho que decir.
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