Jean-Baptiste
Debret (1768 –1848) Caboclo (1834)
Entre
el cielo y la tierra, lo que habitamos es un horizonte.
Este
horizonte no nos confina; algo que nunca sabremos definir bien nos impulsa a
arrojar(nos), a lanzar(nos), a proyectar(nos) más allá y adelante. Estamos,
entonces, acechantes, yectos, expectantes a lo que emergerá. Y no habrá ya
ingenios suficientes para alcanzar las profundidades de la sima alethotópica,
de ese lugar de donde proviene todo desocultamiento.
Más
allá del linde aparente del horizonte están Utopía y todas las Terras
Incognitas con que soñamos: otros mundos, otras ciudades, otros lugares, otras
arquitecturas con los que vivimos apenas nuestra cabeza se repone de la dura
vigilia.
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