Abraham Bosse (1604
– 1676) Alegoría del oído (1635)
Prestamos
una exagerada atención a lo que vemos
de la arquitectura, pero también es necesario prestar oídos.
Con
apenas una discreta modulación del volumen de la voz podemos crear junto a
nosotros un ámbito discreto de confidencia que deje afuera a todo inoportuno.
Es con la reverberación del sonido en nuestras estancias que apreciamos los
sutiles pormenores de la música. Desplegamos toda una arquitectura sonora al
distribuir aquí y allá sonidos significativos y rumores de fondo.
Por
otra parte, nuestras estancias responden, cada una de ellas, con un peculiar
comportamiento acústico, que obra como señal de identidad muy sutil, pero
operativa. Allí en donde resuena adecuadamente las voces familiares, es el lugar
que constituimos en la casa. Nos envuelve y ampara el rumor quedo de la vida
que nos alegra compartir.
Es que
andamos por el mundo prestando oído tanto como desoyendo. Y complaciéndonos con
ciertos casi silencios en aquellos lugares en donde nos retiramos a prudente
distancia de lo circundante.
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