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Bajo el signo de la actividad: Estancias (I)


Édouard Boubat (1923 - 1999) Leñero (1960)

Con la revolución neolítica aparecieron por primera vez situaciones por las cuales el territorialismo se extendió sobre la humanidad; es entonces cuando comienzan a florecer las identidades radicadas en el suelo; cuando los seres humanos comienzan a tener que identificarse por su lugar, por grupos radicados en un suelo y en último término por sus posesiones. La revolución neolítica hizo que los grupos humanos, nómada hasta entonces, cayeran en la trampa del sedentarismo, en el que intentan afirmarse, experimentando a la vez con arraigos y evasiones; comienza, así, el diálogo agro-metafísico con las plantas útiles, los animales y espíritus domésticos, y con los dioses agrícolas. La fijación campesina al suelo fue la que forzó por primera vez la equiparación epocal entre mundo materno y espacio cultivado y fructífero.
(Sloterdijk, 1998: 251s)

Una estancia ocurre cuando se opera una positiva pausa en la marcha y cuando se vivencia a fondo una espera.
Ya no se trata de apenas una detención fugaz y episódica en el camino sino de un valor opuesto al deambular y la errancia: estar es vivir un establecimiento de pleno derecho, es situarse extático y en guardia en un emplazamiento. Nuestras huellas sobre la tierra se ahondan y es fácil ahora pensar hasta en echar raíces. Dejamos por un tiempo de suceder en primera persona y prestamos atención a las ocurrencias circundantes. El tiempo se nos hace una perspectiva envolvente.
Estando, nuestro habitar adquiere una épica de la conquista y una ética de la expectación: podremos entonces distinguir el tiempo en oposición al espacio.

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