Édouard Boubat
(1923 - 1999) Hombre al espejo (1947)
Un rostro en el espejo que, sin equívocos
catastróficos, pueda suponerse como propio aparece sólo cuando los individuos
se retiran habitualmente del campo de intercambio de miradas —que los griegos
siempre comprendieron también como campo de intercambio de palabras— a una
situación donde ya no necesitan el complemento de la presencia de los otros,
sino que, por decirlo así, son ellos mismos los que pueden complementarse a sí
mismos. La identidad facial del yo, como posibilidad de tener un rostro propio,
coincide, así, con aquella reconstrucción del espacio subjetivo que se produjo
con la invención estoica del individuo como alguien que ha de valerse por sí
mismo.
(Sloterdijk,
1998)
No hay
interior que no ceda a la tentación de abismarse en su caída hacia la hondura.
Para esto, el habitante se provee de espejos.
Ante
tal umbral ilusorio y fantasmagórico, todo sujeto comprende —siempre por primera vez— que constituye
una entidad situada en el intervalo tendido entre otras; que forma parte activa
de un paisaje. Alejado del escrutinio público de su comunidad, el habitante se
encuentra, se haya, se emplaza en la privacidad recién hurtada.
Narciso
queda ahora a solas con su mirada y con la voz de su conciencia.
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