Hay que reconocer que una cosa es el problema de la
vivienda y otra el problema de la buena vivienda. Para lo primer basta un
alojamiento decente como el que la arquitectura racionalista ha permitido
construir. Lo segundo implica no solo estándares adecuados, en dimensiones y
equipamientos, sino también condiciones ambientales, accesibilidad al trabajo,
vecindario agradable, equipamientos colectivos utilizables. Algo mucho más
complejo y delicado que construir polígonos de viviendas para las clases
populares, y que pone en cuestión una parte de la práctica inmobiliaria y
urbanística.
(Capel,
2003)
La
última frase de este acápite es fundamental para comprender lo esencial de la
cuestión del hábitat popular.
Algo mucho más complejo y
delicado que construir polígonos de viviendas para las clases populares, y que
pone en cuestión una parte de la práctica inmobiliaria y urbanística.
Las
políticas sociales de vivienda al uso y el urbanismo arquitectónico corriente,
apenas si llegan a proponer —cuando proponen— una yuxtaposición de polígonos de
viviendas abaratadas en una urbanización extensiva y difusa.
Ya es
hora de reconsiderar la cuestión y pensar en una política que se aplique al
desarrollo social de la ciudad de un modo integral, integrado e integrador. Lo
de integral atañe a la reconstitución cabal de tejido de la ciudad. Lo de
integrado hace mención al desarrollo de la ciudad realmente existente en cada
una de sus instancias. Mientras tanto, el carácter integrador es una necesaria
respuesta política a la segregación socioespacial presente.
Nada
de esto es sencillo, aunque es imperioso que suceda
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