Un monumento, como una obra de
arte, responde a un fin, tiene sentido, y no es un capricho, pero la función a
la que atiende no es evidente. No es gratuito, pero tampoco es un objeto de
uso. Objeto o acción enigmática, plantea cuestiones acerca de su existencia. Se
puede vivir sin él, incluso mejor, porque un monumento es molesto. Plantea
preguntas que no siempre queremos tener presentes.
Pedro
Azara, 2016
Un
monumento constituye una operación compleja de memoria.
No se
trata de la interposición simple de un signo que remita inmediatamente a lo
recordable, sino de una compleja operación de discurso de rememoración. Los
signos arquitectónicos del monumento constituyen mitos aplicados a la operación
histórica completa de recordar algunos eventos según unas operaciones significativas
particulares que perduran en la memoria de la arquitectura del lugar en un modo
también particular. El espacio y el tiempo histórico cumplen un papel
significante activo y los significados atribuidos de partida sufren complejos
procesos de sometimiento a efectos de memoria y olvido, con lo que su
significación sigue una larga y morosa deriva.
El
sentido de un monumento debe encontrarse en la idiosincrásica operación de
rememoración en el espacio/tiempo habitado.
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