John William
Waterhouse 1849 – 1917) Psiché entra en
el jardín de Cupido (1903)
Hay una
tercera condición, mucho más misteriosa que la de transeúnte y la de residente.
Se trata de la condición del pasajero, del atravesador curioso de umbrales.
Podría
pensarse que proviene de una negación dialéctica de la residencia. En todo
habitante de pasajes hay un lugar que se abandona mientras tiene efectivo lugar
el irrumpir en uno nuevo. Por cierto, se trata de un tránsito, pero de
especiales características: los confines de la meta y el destino están
singularmente contiguos. Lo que se experimenta es un trémulo significado:
atravesamos un límite, con algo de irreversibilidad. El pasajero vive con el
estremecimiento de su cuerpo el drama de la translocación. Y se trata de un
drama porque en los umbrales no se desanda el camino. Por furtivo que sea el
gesto, por raudo que aparezca un eventual arrepentimiento, cada pasaje se
verifica en el sentido de la flecha del tiempo.
Una vez
abierto el vano, el alma ya ha cruzado
para siempre el umbral, por más rápido que —de modo eventual— cierre y dé
vuelta la cabeza, contrita quizá con lo que se ha manifestado del Otro Lado.
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