La
preocupación científica por el habitar debe ser acompañada con cierta actitud
militante que promueva su ineludible contenido político.
Es que
el habitar contemporáneo, tal como se experimenta en las actuales
circunstancias histórico-sociales, ofrece un espectáculo deplorable. Nuestras
ciudades se han vuelto escenarios de luchas crueles y fratricidas por los
lugares, un conflictivo mosaico socio-espacial, y ocasiones para las miserias y
bajezas de una sociedad que se fragmenta. Nuestras casas se constriñen a
sumarios refugios de inanes soledades, de acumulación insostenible de consumos
y de precarias celdas de aislamiento hostil. Nuestro constrictivo
existenzminimum nos confina frente a la agresión continua de nuestras
pantallas, balcones falaces hacia una vida más contemplada que efectivamente
vivida. Mientras tanto, la basura se enseñorea en nuestras calles y las plazas
se nos han vuelto lugares de acecho peligroso, real cuanto simbólico.
Todo
está por hacer y debería redactarse un contundente manifiesto al respecto.
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