Villa Pisani
En la
cultura occidental disponemos de dos formas arquitectónicas fundamentales: las
esferas y los laberintos. Ambas suponen una caracterización específicamente
arquitectónica que representa o duplica la propia condición humana.
Si nos
imaginamos nuestro habitar de la manera más sencilla y contundente posible,
entonces, tarde o temprano, nos las vemos con una esfera. Una tenue pompa, una
frágil burbuja, un globo de vida al abrigo de las circunstancias. Así es la
imaginación de cualquier ámbito, de cualquier refugio, de toda habitación.
Pero si
concebimos nuestro interior en su insondable hondura, entonces intuimos el
laberinto. Ésta es la estructura capaz de alojar a la vez la memoria y el
olvido, la celda de reclusión o el retiro íntimo, el ámbito tanto de la
imaginación de la vigilia, así como de los pormenores del sueño. El laberinto
sólo puede ser recorrido con mapas apropiados; por ello nos es más propio que
cualquier arquitectura sólida ejecutada por simples mortales.
Esta
última, en definitiva, no puede hacer otra cosa que ofrecer torpes y precarias
versiones de una combinación figurada entre estos luminosos a la vez que
oscuros paradigmas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario